Seguimos aquí, con esta sensación de encierro físico que nos une más de lo que hemos estado nunca los humanos.
Pequeños y asustados ante el poder de un ser diminuto que se reproduce mucho más rápido que nosotros y se apodera del cuerpo de los más débiles.
Pero, incluso en nuestro encierro y debilidad, tenemos un poder inmenso: el poder de nuestras palabras, escritas durante miles de años en papiros, en tablillas de barro, en hojas de papel o en pantallas, como esta, desde la que hoy os escribo.
Esta capacidad también nos une a través del espacio y a través del tiempo, como un espejo mágico para el que no existen los encierros posibles, porque es libre, como el pensamiento y la imaginación.